Siento tus
firmes manos
posarse sobre
mis blancas palomas,
acariciando mi
piel cual suave terciopelo
y en mi cara
tu aliento que me quema,
bebiéndote con
avaricia mis besos.
Tus manos
siguen la senda de mi desnudo cuerpo
y desembocan
en los oscuros rincones de mis deseos,
y allí, cual
firmes centinelas
del mayor
tesoro que poseo,
y cual
ladronas de cuento,
se apoderan de
mi voluntad de hierro.
¡Yacimos! yacimos
durante mucho tiempo,
tú has hecho
que me olvide del mundo,
que ya nada
importe en mi pensamiento,
por ti, me
dejé robar hasta el último suspiro,
te has
convertido ya, en mi dueño.
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