Allí
vas, dejándote llevar por la brisa.
Por
el roce de las gotas de lluvia
que
caen sobre las horas silenciosas.
Sobre
un Paris demasiado lejano
para
mi pensamiento.
Escribiendo
versos esos que no
se
fueron abrazados a tu espalda.
Que
me dejan recordar la voz
que
en otras dimensiones escuchaba.
En
el fondo de un libro, en el teléfono,
mirando
tu sonrisa en las notas
discordantes
de un teclado.
La
pasión que todavía se escucha en
nuestras
voces, en esos intercambios
de
saludos corteses, no se borra,
no
se mancha, no se reclina pidiendo
perdón
impenitente.
No
dejamos de pensarnos ni de
arrancarnos
la piel en la distancia.
Tú,
que te mueres por mí y vives con eso.
Yo,
que vivo para escribir en ti y muero.
(Emilia
Marcano Quijada)
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